Todo tipo de juego es bienvenido. Cualquiera puede invitar al otro, o a los otros, a jugar.
Los adultos tenemos la capacidad de poner en palabras nuestras inquietudes con cierta facilidad y podemos hallar interlocutores que nos ayuden. Los chicos, en cambio, expresan lo que les preocupa más a través de sus juegos que de las palabras. Es fascinante poder descifrar qué nos está queriendo transmitir un niño con su juego.
Para poder jugar ni siquiera hace falta demasiado espacio físico, pero sí espacio emocional, y capacidad de entrar en consonancia afectiva con los otros. Se trata de alcanzar un “estado mental de juego”, que a los adultos no nos resulta fácil, porque implica rescatar a nuestro niño interior, a veces muy perdido. El jugar suele ser un momento muy serio, casi sagrado. Basta observar el estado de concentración y placer de un niño entregado a “hacer de cuenta que…”. Los sueños también a veces entran en la categoría de juegos, como producciones fantasiosas con las que es posible jugar. Contienen deseos, preocupaciones y “pistas” para descubrir soluciones posibles.
Kaes, desde el psicoanálisis nos muestra que con frecuencia, en un grupo, podemos encontrar un “porta-sueños”: aquel que sueña por su propia cuenta, pero también sueña para alguien. Los destinatarios del sueño inciden en su contenido. Los niños suelen erigirse en “porta-sueños” de la familia, cuando hay alguna problemática que incumbe a todos sus miembros.
Podríamos hablar también de los “porta-juegos”, aquellos niños que invitan a los otros a jugar, que proponen un “como sí” que a los adultos les permite convertirse en “jugantes”, dejando de lado la solemnidad que requiere la vida cotidiana.
También hallamos al “saboteador de juegos”, aquel que se niega o no sabe o no puede acceder a la ilusión propuesta, y, sin querer, rompe el encantamiento. Es allí donde necesitamos trabajar.
Gonzi, de 3 años, invita a los miembros de su familia a jugar. Despliega escenas en las que se pone en evidencia su necesidad de “a-pegarse” a ellos y superar las inhibiciones de la familia en relación a las caricias y al juego.
Toma a su hermano Juan de la mano. Va decidido hacia su caja de juguetes, la arrastra, a pesar de que es bastante pesada. Juan va hacia su mamá con timidez. Gonzi toma a su hermano nuevamente de la mano y le insiste: “¡¡¡¡Vení!!!”.
Saca todos los pedacitos de algodón que tiene en su caja. Se los pasa por los cachetes y la cara. La mamá le dice: “No, dejá, de a uno…”. Juan repite (con voz mandona): “¡De a uno, Gon!”. El papá se queda con Juan, que saca juguetes de otra caja, los mira y los deja. Dice: “Están rotos”.
Gon toma la cartera de su mamá, empieza a sacar lo que hay adentro. La mamá se muestra molesta y le dice: “¡¡¡No, Gon!!!”. Saca carilinas, se las pasa por la cara él mismo, a su mamá y a su papá. Noto la inhibición de la familia para jugar, sobre todo para jugar con las caricias. Gonzi abraza a su papá, se le sienta encima, lo despeina. Va hacia el baño. Le dice “vení”. Toma vasitos y recipientes de plástico. Abre la canilla hasta que casi rebalza. Llena varios recipientes y se los da al papá, que los reparte a la mamá y a su otro hijo. Les dice: “Ahí”, dándoles a entender que quiere que jueguen en el baño. Juegan a tomar jugo, té, café y a llenar y vaciar los vasitos. Los chicos terminan mojados. Se ríen y se abrazan todos. El agua ha hecho su magia…
Todo tipo de juego es bienvenido. Cualquiera puede invitar al otro, o a los otros, a jugar. Ni siquiera es necesario algún objeto en particular. Los niños nos muestran que se puede jugar con las ideas, con las miradas, con las palabras, con los gestos, con los movimientos, con el agua. Se pueden hasta construir los juguetes con lo que sobra en la casa.
No dejemos pasar momentos como esos, sobre todo en tiempos de incertidumbre y riesgo de pérdida de la ilusión…
Psicóloga. Psicoanalista. Miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina. Especialista en niños y adolescentes y en parejas y familias. Autora del libro “Familias a solas”.