Podríamos considerar a la familia como ese pequeño-gran “tribunal” en el que se desarrollan los primeros “juegos” a estar “dentro” o “fuera” de la ley. Pero también debemos pensar en la existencia de sujetos múltiplemente determinados.
Los acusados por el crimen de Fernando Báez Sosa fueron juzgados por la Justicia, recayendo sobre todos ellos severas penas que ya son de público conocimiento. El caso tiene una fuerte repercusión social, dado que a todos nos toca de cerca por algún motivo. Tomamos “partido” y nos vemos llevados -voluntaria o involuntariamente- a efectuar una condena moral a los victimarios.
Se trata de un caso paradigmático, que nos deja un sabor amargo y que lleva a la sociedad toda a reflexionar acerca del por qué de la violencia entre los jóvenes, su vulnerabilidad, su muerte prematura, en síntesis: los peligros a los cuales están expuestos en su “deambular” por la vida.
Éste podría considerarse un ejemplo de aquellos homicidios que a la vez son suicidios, por el rechazo social que generan, en los que quien comete el crimen -y sus familiares- quedan como “muertos en vida” y excluídos de la sociedad.
Fernando Báez Sosa era el único hijo de Graciela y Silvino. Falleció a los 18 años, sin haber podido construir un proyecto de vida. ¿Puede duelarse la muerte de un hijo, siendo que ésta contradice una ley natural según la cual es el padre o la madre quienes deben morir antes?
Más aún si la muerte fue traumática, habiendo padecido el hijo dolor físico y humillación por efecto de un “ataque en manada”. Se denomina “huérfano” al que se quedó sin padres; “viudo o viuda” a quien perdió a su pareja; pero no existe una palabra para nombrar a quien perdió un hijo. La escritora colombiana Bella Ventura inventó un término para describir esa condición humana: “Alma mocha”.
Otro de los puntos a tomar en consideración es el efecto de propagación de la información y los afectos “contagiosos”, que generan este tipo de crímenes a nivel social. Parecieron duplicar la indignación popular las imágenes posteriores al asesinato en las que se advertía, en los victimarios, una ausencia total de culpa o responsabilidad.
Durante el juicio pidieron perdón a los damnificados, se mostraron conmovidos, algunos hasta lloraron, aunque ninguno de ellos asumió su autoría. Nunca se sabrá si fueron genuinos en sus palabras, si fue un verdadero arrepentimiento o si se trató de una estrategia defensiva. Sólo diré que la experiencia indica que la interacción con la Justicia a veces promueve “perdones obligados” –que de otra manera no surgirían- que, en el mejor de los casos, pueden llegar a ser el inicio de un camino de verdadero arrepentimiento y reparación. Dependerá de cada uno de ellos el rumbo a seguir…
Cometieron el crimen cuando apenas superaban los 18 años. Transcurrían por una etapa de la vida poco estudiada (contrariamente a lo que sucede con la pubertad o adolescencia), en la cual los chicos comienzan a desprenderse de sus familias y a elegir su propio camino. La tendencia grupal aquí puede sufrir una desviación hacia la psicopatía y al agrupamiento en pandillas. Que los jóvenes tomen un camino o el otro dependerá, en parte, de la crianza recibida pero también de los vínculos extrafamiliares que establezcan, del contexto socio cultural en el que estén inmersos, etc. Advertimos un efecto “en masa”. Algo parece haberse creado o potenciado cuando estos jóvenes se encontraban.
Los jóvenes involucrados no habían sido -hasta ahora- considerados como “delincuentes”. No tenían antecedentes policiales. Se escucha que todos ellos estudiaban o trabajaban. Son deportistas y practicaban un deporte que tradicionalmente es considerado apto para la sublimación de la agresividad. Sí, circulan testimonios de que habrían cometido otros ataques en grupo. Pero nunca un homicidio. Por qué ESA víctima y en ESE momento quedará como un interrogante de difícil respuesta.
Poco se conoce de sus familias, pero se sabe que provienen de hogares de clase media, con recursos para la educación, padres que trabajan -algunos de ellos profesionales-, sin antecedentes de conductas delictivas en otros miembros de la familia. Estos familiares han dejado de frecuentar los lugares y actividades que formaban parte de su vida cotidiana. Se vieron durante el juicio también sus padecimientos, su ira, su negación. En el caso de la madre de uno de ellos, la eclosión de una grave enfermedad. Es que sus hijos también murieron en algún sentido. Como decíamos, ellos mismos mataron su juventud al matar a un par. La transcurrirán en un medio sumamente hostil, sin poder gozar de la libertad, el “bien” más preciado para cualquier ser humano, pero más aún en esa etapa de la vida en la que comienzan los ensayos de independencia y autonomía.
Podríamos considerar a la familia como ese pequeño-gran “tribunal” en el que se desarrollan los primeros “juegos” a estar “dentro” o “fuera” de la ley y en el que se construyen categorías tales como lo justo y lo injusto, los derechos y las obligaciones y el desprecio o el respeto por la vida del semejante. Pero también debemos pensar en la existencia de sujetos múltiplemente determinados, que están en permanente interrelación con otros. Esto implica que es necesario considerar también los lazos actuales como productores de inscripciones, tanto adaptativas como enfermantes.
La ley penal es convocada a suplementar desde afuera las fallas de “internalización” de las prohibiciones que permiten a los sujetos la vida en comunidad. El clamor popular muchas veces pide Justicia y la condena en cuestión, en este caso, parece haberlo registrado y reflejado.
Psicoanalista. Especialista en parejas, familias y en niños y adolescentes. Miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina. Autora de los libros “La familia y la ley” y “Familias a solas”.